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Mostrando entradas de abril, 2013

“TODAVIA TENGO ESTE VIAJE EN LA CABEZA”

Entrevista monólogo. Victoria Guiñazú, 21 años, estudiante de Publicidad “Siempre me gustó viajar pero esta vez quería hacer algo diferente. Por medio de unas amigas de la facultad llegó a mí la información sobre una empresa llamada Welcome Abroad que brindaba un servicio de trabajo por tres meses en el exterior. Los contacté y tras varios pasos administrativos y de selección que incluyeron una entrevista en inglés con Latarsha, una empleada de la cadena de supermercados Publix que viajó especialmente par eso, conseguí empleo de cajera. El 12 de diciembre me subí al avión con escala en Brasil y  destino final Miami, Florida. Desde allí tendría que ir hasta una ciudad llamada Fort Myers donde quedaba mi futuro trabajo y el hotel que la empresa me había conseguido. Durante una semana viví ahí con 150 “J1”, así nos llamaban a los que estábamos de intercambio. A la noche  íbamos  al bar vecino. El lugar estaba decorado con camisetas de Football americano. La gente iba a ve

Puede terminar sin llegar a ser

La primera vez que vino a ver películas a mi casa me llenó de chocolates, pochoclos y Doritos. Hasta probó una salsa de queso asquerosa que intenté hacer.  Estuvo esa vez que me dejó elegir que mirar en el cine. Opté por un musical de tres horas. Lo soportó sin quejarse ni dormirse. O esa costumbre que sembró de pausar las conversaciones con un beso en cada semáforo en rojo. También aquella vez que subí al auto y sonaban Los Redondos. Le pedí que pusiera "La hija del fletero". Cinco minutos antes de llegar a destino la encontró, tiempo suficiente para disfrutarla. Como el día que me mandó el mensaje del que no estaba seguro, tenía miedo de que fuera  pronto. No sé si lo fue, pero lo sentí sincero. Decía cosas que mejor guardo para nosotros dos, pero  me sacaron miedos. Aunque no lo cumplimos, tuvo el gesto de pedirme asistir a una misa. No cree en Dios pero quería ver en qué creía yo y participar conmigo de algo que veía que era importante en mi vida.

Risa adolescente

Conocido por la gracia de sus personajes, el actor Nicolás Maiques se define como un artista que se compromete y se apasiona con cada proyecto nuevo. Debutó como productor en 2012 y asegura que ese lugar también le permite crear y contagiar risas. ¿Qué te llevó a presentarte en tus primeros castings? Soy de las personas que si quieren algo van a por ello y desde que tengo uso de razón quise dedicarme a esto. ¿Hay alguna persona que sientas como un modelo a seguir? Quiero ser yo, contar mi propio cuento pero todos aprendemos de los demás, admiro mucho a Guillermo Franccella, Jorge Marrale, Susana Campos, Marion Cotillard, Juan Luis Guerra, Gloria Estefan, Juanes y Madonna. ¿Cómo viviste la experiencia de ser parte del Cris Morena Group? Maravilloso, los viajes te dejan muchas enseñanzas y hacer shows para 40 mil personas es algo increíble  Haber debutado en un teatro como el Gran Rex fue genial, hay magia. Trabajar con Cris es buenísimo porque haces todo: cantas, ba

Es cosa nuestra

Crucé la ruta y empecé a caminar por las veredas de la calle Sarmiento. Primero pasé por la puerta del colegio al que Ezequiel iba, después crucé y me paré en la esquina que tiene las baldosas rotas y llenas de barro donde siempre me tomaba de la mano para ir hasta su casa. Miré el suelo y seguí caminando, noté que el palo borracho de la derecha donde se me había roto la campera negra ya no estaba. Mis pies se movían por inercia, mi cuerpo parecía una bolsa pesada, no tenía ganas de nada ni siquiera sabía porqué estaba yendo hacia allá. A la altura del descampado que está en la esquina de la tercer cuadra bajé a la calle. Nunca me gustó caminar por ahí y menos cuando el pasto llegaba a 1 metro de altura. Volví a subir a la vereda. Nico estaba en la puerta con su papá, lo saludé mientras atendía el teléfono porque me estaba llamando mamá. En la casa de al lado había un nuevo perro que no paró de ladrar hasta que dejó de verme. En esa cuadra también está la casita baja de tejas r

A todos nos pasa

Estábamos los dos en su cuarto, el parado contra la pared con la mirada perdida en algún punto fijo del techo y la cabeza en algún momento de esa tarde; yo sentada en la cama, descalza porque no soportaba más los zapatos cerrados y el calor. Lo miraba fijo, parte por parte intentando descifrarlo. Su habitación era el cuartito del fondo de la casa de su abuela. Después de varias reformas había quedado reducida a un cuadrado donde a duras penas se podía caminar entre la cama, el placard y el mueblecito en el que apoyaba los cds y los libros. Hace muchos años ahí había funcionado la cocina de una pizzeria que manejaba su abuelo. Después fue habitación, habitación que compartió con su hermana cuando las paredes eran lilas y habitación que compartió con su novia cuando las paredes eran blancas, como ahora,  blancas. Me molestaba el silencio pero tampoco sabía como llenarlo, ni siquiera sabía que responder cuando él hablaba. La mayor parte del tiempo la dedicaba a mirar para arriba

Una ilusión que se la lleva el viento

A veces cuando decimos que "nos duele el corazón" lo decimos de verdad porque la decepción, la incertidumbre o la tristeza nos generan dolores físicos. Es un conjunto de puntadas, asco, dolores de panza, insomnio y una pelota que nos aprieta todo el pecho. Pero lo hacemos más sencillo y decimos que "nos duele el corazón" porque sin el corazón no vivimos y a veces el dolor es tan grande que sentimos eso, que por un ratito ya no vivimos. A veces alguien nos abraza y nos dice "no vale la pena que estés así" o nos llenan de "te prometo que esto va a pasar" y vos sabes que si, va a pasar pero mientras tanto el dolor no te lo saca nadie y te tiras en la cama, te tapas con la frazada y deseas ser invisible. A veces le podes poner stop a tu cabeza y después de unas lágrimas que te salen por inercia te relajas, sentís que se te afloja el cuerpo y te dormís . Otras te da vuelta todo, no paras de pensar "¿por qué? ¿qué hice? ¿y ahora?" pero no t

Un gesto

Daniel entrelazaba su dedo índice con el de su hijo, acto seguido le contaba que eso significaba que siempre iban a estar unidos. Daniel era petizo y panzón, tenía un bigote negro y pelo del mismo color. No lo conocí, pero las fotos me lo mostraron siempre así. Viajaba mucho y por eso le enseño un día a Ezequiel, chiquito y rapado, con paletas a medio crecer, que recordara siempre sus dedos unidos porque era manera de recordar que estaban juntos a pesar de los kilómetros. Un símbolo de eternidad, de unidad, de amor. Pasaron años, muchos años. Años y despedidas. Daniel viajó más allá de los kilómetros que se pueden contar pero sus dedos quedaron entrelazados en una imagen clara en la cabeza y las manos de Ezequiel. Cuando lo conocí a Ezequiel sentí que había algo especial entre nosotros. Me enseño muchas cosas de la vida, de mi, del amor y del dolor. Con Ezequiel crecí a los golpes y dando pasos. Empecé a ser alguien importante en su vida, tanto que una tarde mientras dejábam