Me senté en la Plaza Italia, pero no en la de Capital. Lloraba y pedía un poco más de amor por whatsapp. Él pasó con su carrito por delante mío, me miró y con el dedo levantado como dándome una orden, dijo: ''no llores más''. Se acercó, preguntó si me gustaba leer y mi nombre. Abrió su carro, sacó un libro y una lapicera y me dedicó las poesías de su autoría. A las preguntas se le sumaron otras más y al libro otros tres. Cumplió su cometido y dejé de llorar y hasta miré al cielo para sonreír un rato. Ese señor canoso de anteojos no solo escribía prosas, también convertía los momentos en versos.
Chinita
Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida