Ir al contenido principal

Me ganaron de mano

Hace tiempo que tengo la idea de escribir un cuento o un relato sobre la historia de amor más grande y pura que tuve. Pero cada vez que me siento y lo intento, no funciona. Nada sale como espero, las palabras se quedan trabadas en mi garganta y no hay forma de hacerlas salir. Me resulta imposible explicar la magia o la magnitud de lo que sentí. Tampoco puedo explicar lo suficientemente bien tamaño amor y complicada situación como para que el resto lo entienda. El punto está ahí, en el entendimiento. Puedo escribir todo lo que siento e imagino pero nunca voy a poder explicar lo que siente e imagina la otra parte. Quizás tampoco quiero sacar a relucir cosas que me niego a pensar, creer y sentir.
Ojalá algún día pueda, pero mientras tanto comparto este fragmento de un libro que terminé de leer antes de ayer,  en el que, mas allá de algunas diferencias de contextos y presentes, pude reconocerme. Leí las cosas que pensé millones de veces, aunque nunca pude realizar las mismas acciones, y al hacerlo comprendí la mirada del otro lado. Y nos ví, a los dos, tal cual surge y transita nuestra relación.
Años de magia para mi, años de magia para él. Puro y simple, MAGIA.



"Queridisimo Richard: 
Es muy difícil decidir cómo y por dónde comenzar. He estado pensando mucho, largamente, varias ideas, tratando de hallar un modo.
Por fin se me ocurrió un pequeño pensamiento, una metáfora musical, a través de la cual he podido pensar con claridad y hallar comprensión, ya que no satisfacción; quiero compartirla contigo. Por eso te ruego que me soportes en otra lección de música, una más.
La forma más comúnmente usada en las obras clásicas de mayor envergadura es la sonata. Es la base de casi todas las sinfonías y conciertos. Consiste en tres partes principales: exposición o apertura, en la cual se adelantan y presentan mutuamente pequeñas ideas, temas, fragmentos y piezas; el desarrollo, en donde estas pequeñas ideas y motivos son explorados a fondo y expandidos, con frecuencia pasados de tono mayor (alegre) a menor (triste), ida y vuelta, y finalmente desarrollados y entretejidos en una mayor complejidad, hasta que al fin se produce la recapitulación, en la cual hay una reafirmación, una gloriosa expresión de la madurez plena y rica en que se han convertido las diminutas ideas, a través del proceso de desarrollo.
Tú te preguntarás qué relación tiene esto con nosotros, si es que ya no has adivinado.
Según lo veo, estamos varados en una apertura interminable. Al principio era lo auténtico, un puro deleite. Es la parte de una relación en la que uno está en su mejor expresión: excitado, excitante, interesante e interesado. Es el momento en que uno se siente más cómodo y más digno de amor, pues no siente la necesidad de movilizar sus defensas; entonces, el compañero puede abrazar a un cálido ser humano, en vez de un cactus gigantesco. Es una época de deleites para ambos; no me extraña que te gusten tanto las aperturas que quieras hacer de tu vida toda una serie de ellas.
Pero es imposible prolongar interminablemente los principios; no es posible expresarlos una y otra vez. Deben avanzar, desarrollarse... o morir de aburrimiento. Tú pensarás que no. Necesitas alejarte, cambiar, ver otras personas, otros lugares, para volver a una relación como si fuera nueva, y vivir comienzos nuevos sin cesar.
Avanzamos en una serie de reaperturas prolongadas. Algunas tuvieron su causa en separaciones que fueron necesarias por motivos de negocios, pero resultaron innecesariamente rígidas y severas para dos personas tan íntimas como nosotros. Otras fueron fabricadas por ti, a fin de proporcionar aun más oportunidades de volver a la novedad que tanto deseas.
Obviamente, la parte de desarrollo es para ti un anatema. Pues allí es donde puedes descubrir que sólo cuentas con una colección de ideas muy limitadas, que no dan resultado, por mucha creatividad que en ellas pongas, o lo que puede ser aun peor para ti: que tienes material para algo glorioso, para una sinfonía; en ese caso hay trabajo a realizar: es preciso excavar profundidades, entretejer cuidadosamente las entidades separadas, para mejor glorificación propia y mutua. Supongo que es análogo al momento literario en que no puedes, no deber huir de la idea para escribir un libro.
Sin duda, hemos llegado más lejos de lo que era tu intención llegar. Y nos hemos detenido mucho antes de llegar a lo que, para mi, eran los pasos lógicos y encantadores que debían seguir. He visto continuamente detenido el desarrollo contigo, y he llegado a creer que jamás haremos sino esporádicos intentos de aprovechar todo nuestro potencial de aprendizaje, nuestras sorprendentes similitudes de intereses, sin que importe cuántos años tengamos por delante... porque jamás pasaremos juntos un tiempo sin interrupciones. Por eso, el crecimiento que tanto valoramos, y que sabemos posible, se convierte en imposible.
Ambos hemos tenido la visión de algo maravilloso que nos espera. Pero no podemos conseguirlo desde aquí. Me enfrento a una sólida muralla de defensas, y tú tienes la necesidad de fortificarlas cada vez más. Ansío la riqueza y la plenitud de un mayor desarrollo, y tú buscas medios para evitarlo en tanto estamos juntos. Ambos estamos frustrados: tú, imposibilitado de retroceder; yo, imposibilitada de avanzar, en un estado de lucha constante, con nubes y sombras oscuras sobre el tiempo limitado que tú nos concedes. 
Con frecuencia me hace sufrir, en un sentido u otro, el sentir tu constante resistencia a mí, al crecimiento de ese algo maravilloso, como si yo y él fuéramos algo horrible, y experimentas las diversas formas que toma la resistencia, algunas de ellas, crueles.
Llevo un registro del tiempo que pasamos juntos, y le he echado una mirada larga y sincera. Me entristeció, llegó a horrorizarme, pero me ha ayudado a enfrentarme a la verdad. Vuelvo a aquellos días, a principios de julio, y a las siete semanas que siguieron; me parecen nuestro único período realmente feliz. Esa fue nuestra apertura, y resultó hermosa. Después vinieron las separaciones, con sus cortes crueles y, para mí, inexplicables, además de la resistencia esquiva, igualmente cruel, de tus regresos.
Lejos y separados o juntos y separados, es mucha infelicidad. Estoy viendo cómo me transformo en una persona que llora mucho, en una persona que hasta necesita llorar mucho, pues es casi como si la piedad fuera necesaria antes de que la bondad se tornara posible. Y sé que no he llegado a esta altura de mi vida para convertirme en objeto de piedad.
Cuando me dijiste que "para ti no estaría bien" cancelar tu cita para ayudarme en un estado de crisis, hiciste que la verdad se estrellara contra mí con la fuerza de una avalancha. Enfrentada a los hechos con tanta sinceridad como es posible, sé que no puedo continuar, por mucho que lo deseara. No puedo seguir cediendo.
Confío en que esto no te parezca la ruptura de un acuerdo, sino la continuación de los muchos, muchísimos finales que tú iniciaste. Según creo, es algo que ambos sabemos preciso. Debo aceptar que he fracasado en mi esfuerzo de hacerte conocer las alegrías del mutuo interés.
Richard, mi precioso amigo, digo esto con suavidad, hasta con ternura y amor. Y los tonos suaves no disimulan un enojo subyacente; son auténticos. No hay acusaciones, culpas ni faltas. Simplemente, trato de comprender y de poner fin al dolor. Estoy estableciendo lo que me he visto obligada a aceptar: que tu y yo jamás viviremos un desarrollo, mucho menos la gloriosa y completa expresión de una relación llegada a su plena madurez.
Siento que, si algo en mi vida merecía separarse de los esquemas preestablecidos, para ir más allá de las limitaciones conocidas, eso era esta relación. Supongo que estaría justificada si me sintiera humillada por los extremos a que llegué para que así fuera. En cambio me siento orgullosa de mí misma y feliz de haber sabido reconocer una oportunidad rara y encantadora, mientras la tuvimos; así como de haber dado todo lo que podía, en el sentido más puro y más elevado, para conservarla. Eso me sirve ahora de consuelo. En este horrible momento final, puedo decir honradamente que no sé qué otra cosa hubiera podido hacer para llegar contigo a ese bello futuro posible.
A pesar del dolor, me alegra haberte conocido de una manera tan especial; siempre recordaré con mucho aprecio el tiempo que pasamos juntos. Contigo he crecido y de ti aprendí mucho; sé también que te he hecho grandes contribuciones positivas. Ambos somos mejores personas por habernos tocado mutuamente.
A esta altura se me ocurre que también podría ser útil una metáfora del ajedrez. El ajedrez es un juego en el que cada parte tiene su objetivo propio y singular, aun al trabarse en lucha con el otro: un juego a medias, en el que la lucha se desarrolla y se intensifica, con pérdida de piezas y fragmentos para ambos, ambos disminuidos; un juego definitivo, en el que uno atrapa y paraliza al otro.
Creo que tú ves la vida como una partida de ajedrez. Para mí es una sonata. Y debido a esas diferencias se pierden tanto el rey como la reina, y la canción es acallada.
Sigo siendo tu amiga, y sé que tú lo eres mío. Te envío esto con el corazón lleno del amor tierno y profundo, del gran aprecio que tú sabes siento por ti, así como con una honda pena porque una oportunidad tan promisora, tan rara y tan bella, haya quedado sin completar.
Leslie
(...)
-Hola.
-Hola- Recibí tu carta.
-Bien.
-¿De veras quieres terminar con todo así?
-Con todo no- dijo-. Espero que sigamos trabajando juntos en el filme. Me gustaría considerarte amigo mío, si no te molesta. Con lo único que quiero terminar es con el sufrimiento.
-Nunca quise hacerte sufrir.
No me es posible hacerte sufrir, pensé. Nadie puede hacerte sufrir a menos que tú misma te percibas sufriendo, previamente.
-Bueno, de todos modos, así fue -replicó ella-, Me parece que no sirvo para las relaciones abiertas. Al principio todo iba bien, pero después ¡éramos tan felices juntos! ¡Gozábamos de deleites tan cálidos, los dos! ¿Por qué vivir desgarrando eso por gente que no importaba o por principios abstractos? No daba resultado.
-¿Por qué no daba resultado?
-Cierta vez tuve una gata -dijo.- Ambar. Una gran persa de pelo largo. Ambar y yo estábamos juntas cada minuto que yo pasaba en casa. Ella cenaba cuando cenaba yo; nos sentábamos juntas a escuchar música; por la noche dormía sobre mi hombro; cada una de nosotras sabía lo que la otra estaba pensando. Hasta que Ambar tuvo gatitos. Lo más lindo que puedas imaginar. Ellos ocuparon su tiempo y su amor; también ocuparon mi tiempo y mi amor. Ambar y yo ya no estábamos juntas y solas; teníamos que atender a los gatitos, teníamos que desparramar nuestro amor. Después del nacimiento de los gatitos ya nunca volví a estar tan cerca de ella y ella no volvió a estar tan cerca de mí, hasta el día en que murió.
-¿La profundidad de la intimidad que sentimos hacia otro es inversamente proporcional al número de otros que haya en nuestras vidas? -pregunté. Y de inmediato, temeroso de que ella lo interpretara como una burla: -¿Crees que tú y yo hubiéramos debido mantener una relación exclusiva?
-Sí- Al principio, yo aceptaba a tus diversas amigas. Lo que hacías cuando te ibas era cosa tuya. Pero cuando apareció Débora, el principio Débora, como tú dirías, súbitamente me di cuenta de que estabas trasladando tu harén al oeste y que planeabas hacerme formar parte de él. No quiero eso, Richard. ¿Sabes qué he aprendido de ti? Aprendí qué es posible, y ahora debo defender lo que creí tener contigo. Quiero estar muy cerca de alguien que respete, admire y ame, alguien que sienta lo mismo con respecto a mí. Eso o nada. Me di cuenta de que lo que estoy buscado no es lo que estás buscando tú. Tú no quieres lo que yo quiero.
-¿Qué crees que quiero? -dije.
-Exactamente lo que tiene. Muchas mujeres que conozcas un poquito y no te importen demasiado. Coqueteos superficiales, utilización mutua, ninguna posibilidad de enamorarse. Para mí, eso es el infierno. El infierno es un lugar, un tiempo, una conciencia, Richard, en donde no hay amor. ¡Horrible! No me incluyas en eso.
Hablaba como si ella tuviera una decisión tomada y yo también. Como si no hubiera esperanza de cambiar. No pedía nada; me estaba diciendo su más alta verdad, sabiendo que yo nunca estaría de acuerdo.
-Yo te tenía el mayor respeto, la mayor admiración -continuó-. Te consideraba la persona más maravillosa que hubiera conocido nunca. Ahora comienzo a ver en ti cosas que no quiero ver. Preferiría terminar esto creyéndote maravilloso.
-Lo que me daba miedo, Leslie, era que comenzábamos a ser cada uno propiedad del otro. Para mí, mi libertad es tan importante como...
-¿Tu libertad de hacer qué? -contraatacó ella-. ¿Tu libertad de no intimar? ¿Tu libertad de no amar? ¿Tu libertad de buscar descanso del regocijo en la inquietud y el aburrimiento? Tienes razón: si hubiéramos seguido juntos, yo no habría querido que dispusieras de esas libertades.
-Has demostrado bastante bien...-dije-. Comprendo lo que dices. Antes no lo comprendía. Gracias.
-De nada -dijo ella.
-Creo que tenemos mucho que decirnos -proseguí-. ¿No hay modo de que nos reunamos a charlar por un rato?
Una pausa. Después:
-Preferiría que no. No me molesta hablar por teléfono, pero no quiero verte personalmente, por un tiempo. Espero que comprendas.
-Claro. No hay problema. ¿Ya tienes que cortar?
-No, puedo seguir al teléfono.
-¿Ves algún modo de que tú y yo podamos seguir siendo íntimos? Nunca conocí a nadie como tú, y tu idea de ala amistad parece reducirse a una carta cordial y un apretón de manos al terminar cada año fiscal.
Ella se echó a reír.
-Oh, no tanto. Un apretón de manos dos veces al año. Tres, ya que hemos sido tan buenos amigos. El hecho de que nuestra relación amorosa no haya durado, Richard, no significa que haya fracasado. Aprendimos de ella lo que necesitábamos aprender, supongo.
-Tal vez, la libertad de que yo hablaba -dije-, o una gran parte de ella, es la libertad de cambiar, de ser diferente, la semana que viene, de lo que soy ahora. Y si dos personas cambian en direcciones diferentes...
-Si cambiamos en direcciones diferentes -dijo ella- no tenemos futuro, de todos modos, ¿verdad? Me parece posible que dos personas cambien juntas, crezcan juntas y se enriquezcan mutuamente, en vez de empobrecerse. ¡La suma de uno más uno, si son dos seres adecuados, puede ser el infinito! Pero con mucha frecuencia una persona arrastra a la otra hacia abajo; uno quiere subir como un globo y el otro es un peso muerto. Siempre me he preguntado que pasaría si dos personas quisieran ascender a un tiempo como globos.
-¿Conoces parejas así?
-Pocas -dijo.
-¿Alguna?
-Dos. Tres.
-Yo no conozco ninguna -le dije-. Bueno...una. De toda la gente que conozco, sólo un matrimonio feliz. El resto es...o bien la mujer es júbilo y el hombre peso muerto, o a la inversa, o ambos pesos muertos. Dos globos son muy raros.
-Yo pensaba que nosotros podíamos ser así -comentó.
-Habría sido lindo.
-Sí.
-¿Qué piensas que haría falta? -pregunté-. ¿Cómo podríamos volver a ser lo que éramos?
Percibí que deseaba decir: "Nada", pero no lo hacía porque hubiera sido demasiado fácil. Estaba pensando, así que no la apresuré.
-Tal como éramos, no creo que pudiéramos volver a ser. No quiero eso. Traté de cambiar cuanto pude; hasta intenté salir con otros hombres cuando te ibas, para ver si podía equilibrar tu Mujer Perfecta con mi Hombre Perfecto. No dio resultado. Tonto, tonto. Una estúpida pérdida de tiempo. Yo no soy una de tus muchachas divertidas, Richard -prosiguió, lentamente-. Ya he cambiado todo lo que estaba dispuesta a cambiar. Si quieres estar cerca de mí, ahora te toca el turno.
-¿Qué tipo de cambio me presentaría a estudio?
Lo peor que ella podía sugerir era algo que yo no pudiera aceptar, y con eso las cosas estarían peor de lo que estaban. Ella pensó por un rato.
-Sugeriría que estudiáramos la posibilidad de mantener relaciones amorosas exclusivas, sólo tú y yo. Una posibilidad de ver si somos o no dos globos.
-Yo no tendría libertad de...¿Tendría que dejar súbitamente de ver a mis amigas?
-Sí, a todas las mujeres con quienes te acuestas. Otros amoríos no.
-Somos muy diferentes, Leslie, tú y yo.
-Somos diferentes, somos lo mismo. Tú creías que jamás podrías cambiar una palabra con una mujer a la que no le gustaran los aviones. Yo no me imaginaba pasando un rato con un hombre al que no le gustara la música. ¿No será que ser parecidos no es tan importante como ser curiosos? Porque somos diferentes, podemos gozar la diversión de intercambiar mundos, regalarnos mutuamente nuestros amores y nuestros entusiasmos. Tú puedes aprender música. Yo puedo aprender a pilotear. Y ése es sólo el comienzo. Creo que seguiría por tanto tiempo como viviéramos.
-Vamos a pensarlo -dije-. Vamos a pensarlo. Ambos hemos pasado por matrimonios y casi matrimonios; ambos tenemos cicatrices y prometimos que no volveríamos a equivocarnos. ¿No se te ocurre otro modo de estar juntos que intentar... que intentar el matrimonio?
-Hazme otras sugerencias -replicó.
-Yo era bastante feliz con las cosas como estaban, Leslie.
-Bastante feliz no es suficiente. Yo puedo ser más feliz que eso por mi propia cuenta, y sin necesidad de escucharte buscar excusas para huir, para alejarme, para levantar murallas contra mí. Si no soy tu única amante, no quiero ser tu amante en absoluto. Ya he probado tu relación a media y no da resultado. Para mí, no...
-Es tan difícil... El matrimonio tiene tantas limitaciones...
-Yo detesto el matrimonio tanto como tú, Richard, cuando hace que la gente se vuelva tonta, cuando los convierte en mentirosos o los encierra en jaulas. Lo he evitado por más tiempo que tú; han pasado dieciséis años desde mi divorcio. Pero me diferencio de ti en un aspecto: yo creo que existe otro tipo de matrimonio, capaz de hacernos más libres que cualquier soledad. Las posibilidades de que lo comprendas son muy escasas, pero creo que tú y yo podríamos haber sido así. Hace una hora, habría dicho que no había ninguna posibilidad, porque no creía que fueras a llamar.
-Oh, vamos. Sabías que iba a llamar.
-No -dijo ella-. Pensaba que tirarías mi carta y huirías a alguna parte con tu avión.
-No iba a huir sin decirte una palabra. No podía irme sabiendo que estabas enojada conmigo.
-No estoy enojada contigo.
-Hum -dije-. Lo bastante como para poner fin a la amistad más hermosa que he tenido.
-Escucha, Richard, de veras: no estoy enojada contigo. La otra noche estaba furiosa y asqueada. Después me puse triste y lloré. Pero al rato dejé de llorar y pensé mucho en ti. Finalmente comprendí que eres lo mejor que sabes ser. Que debes conformarte con eso mientras no cambies, y nadie va a hacerte cambiar, salvo tú mismo. ¿Cómo voy a enojarme contigo por hacer lo mejor que puedes?
Sentí una oleada de calor en la cara. ¡Qué pensamiento difícil y amante! ¡Que ella comprendiera, en semejante momento, que yo estaba haciendo lo mejor posible! ¿Qué otra persona en el mundo habría comprendido eso? El arrebato de respeto hacia ella activó la sospecha contra mí mismo.
-Bueno, ¿y si no estoy haciendo lo mejor que puedo?
-Entonces me enojo contigo.
-¿Podríamos redactar un contrato, llegar a un acuerdo muy claro y estudiado de los cambios exactos que deseamos?
-No sé, Richard. Se diría que esto es un juego para ti, pero es demasiado importante para tomarlo de ese modo. Los juegos, y tu letanía de frases viejas, tus viejas defensas. Ya no los quiero. Si necesitas defenderte de mí, si tengo que vivir probándote una y otra vez que soy tu amiga, que te amo, que no voy a herirte ni a aniquilarte ni a matarte de aburrimiento, eso ya es demasiado. Creo que me conoces bastante bien y sabes lo que sientes por mí. Si tienes miedo, tiene smiedo. Te he dejado en libertad y eso me hace sentir bien. ¡De veras! Dejémoslo así. Somos amigos, ¿de acuerdo?
-Tú también estás haciendo lo posible, ¿verdad? -pregunté.
-Sí, en efecto.
-¿No te parece extraño que seamos la excepción, tú y yo, cuando casi nadie puede lograr que la intimidad funciones? ¿Sin gritos y portazos, pérdidas de respeto, aburrimiento, sin dar al otro por asegurado?
-¿No crees que eres una persona excepcional? -insinuó-. ¿No crees que yo también lo soy?
-Nunca conocí a nadie como nosotros -reconocí.
-Si me enojo contigo, no creo que tenga nada de malo gritar y dar portazos. Ni siquiera arrojar cosas, si llegamos a eso. Pero eso no significa que no te ame. Y eso no tiene ningún sentido para ti, ¿verdad?
-Ninguno. No existe problema que no podamos resolver con una discusión tranquila y razonable. Cuando estamos en desacuerdo, ¿qué tiene de malo decir: "Leslie estoy en desacuerdo, he aquí mis motivos"? Entonces tú dices: "En efecto, Richard; tus motivos me han convencido de que tus sistema es mejor". Y allí acaba todo. Nada de vajillas rotas a recoger ni puertas a reparar.
-Ojalá -dijo ella-. Los gritos vienen cuando me asusto, cuando creo que no me estás oyendo. Tal vez oyes mis palabras, pero no comprendes; entonces tengo miedo de que hagas algo que nos lastime a los dos, y pienso que lo vamos a lamentar, y veo el modo de evitarlo y, si no me estás escuchando, tengo que gritarlo para que me oigas.
-Me estás diciendo que, si te escucho, no tendrás que gritar.
-Sí. Probablemente no tenga que gritar -dijo ella-. Y aunque lo haga, se me pasará en pocos minutos. Lo saco de mi organismo y me tranquilizo.
-Mientras tanto yo soy una pelota estremecida trepada a las cortinas.
-Si no quieres enojos, Richard, ¡no me hagas enojar!. Al crecer he llegado a ser una persona bastante serena y bien adaptada. No estoy preparada para estallar ante cualquier nimiedad. ¡Pero tú eres una de las personas más egoístas que yo haya conocido! Necesito mis enojos para evitar que me pases por encima, para que ambos sepamos cuándo basta ya.
-Te dije que era egoísta, hace mucho tiempo -observé-. Te prometí que siempre actuaría según mi mejor interés, y que esperaba lo mismo de ti...
-¡No me vengas con tus definiciones, por favor! -dijo ella-. Si quieres llegar a ser feliz, lo conseguirás dejando de pensar en ti mismo, siempre que puedas. Mientras no hagas en tu vida sitio para alguien que te sea tan importante como tú mismo, vivirás solitario, perdido y buscando...
Conversamos por horas enteras, como si nuestro amor fuera un fugitivo aterrorizado, inclinado desde una cornisa de un décimo piso, listo para saltar en el momento en que abandonáramos el intento de salvarlo.
Sigue hablando, pensé. Si seguimos hablando, él no saltará de la cornisa, gritando, hacia la acera. Pero ninguno de lo dos deseaba que el fugitivo viviera, a menos que resultara sano y fuerte. Cada comentario, cada idea compartida era como un viento contra la cornisa; a veces, nuestro futuro común se tambaleaba por sobre las calles. Otras veces, estremecido, se apretaba contra la pared.
¡Cuánto moriría con él, si caía! Las cálidas horas desprendidas del tiempo, en que tan importantes éramos el uno para la otra, cuando yo quedaba sin aliento por el placer de esa mujer. Todo eso habría terminado en la nada, en menos que nada, en una pérdida tremenda.
El secreto de hallar a alguien a quien podamos amar, me había dicho ella cierta vez, es hallar primero a alguien que nos guste. Habíamos sido los mejores amigos antes de ser amantes. Ella me gustaba; yo la admiraba, confiaba en ella, ¡confiaba en ella! Ahora todas esas cosas buenas se tambaleaban en precario equilibrio.
Si nuestro fugitivo resbalaba, los wookies morirían en la caída, y Cerdito aferrado a un helado, y la hechicera, la diosa del sexo; moriría el Bantha, desaparecerían para siempre el ajedrez, las películas, los crepúsculos. Sus dedos relampagueando sobre el teclado. Jamás volvería yo a escuchar la música de Johann Sebastian, jamás oiría otra vez sus secretas armonías, porque las había aprendido de ella; jamás otro compositor extraño. No volvería a ver flores sin pensar en ella. No volvería a tener a nadie tan cercano a mí. Construiría más murallas, con picas arriba, y luego construiría más murallas detrás de ésas, con más picas...
-¡No necesitas esas murallas, Richard! -grito ella-. Si no volvemos a vernos, ¿no te das cuenta de que las murallas no te protegen? ¡Te aíslan!
Está tratando de ayudar, pensé. En los últimos minutos, mientras nos estamos separando, esta mujer quiere que aprenda. ¿Cómo podemos separarnos?
-Y Cerdito... -dijo-. Cerdito no tiene... no tiene por qué morir... Todos los once de julio, prometo... que haré helad de... helado de chocolate con crema caliente... crema de chocolate y... me acordaré... de mi queridísimo Cerdi...
Se le quebró al voz. La oí apretar el teléfono contra un almohadón. Oh, Leslie, no, pensé, escuchando el sofocado silencio de las plumas. ¿Tiene que desaparecer, nuestra encantada ciudad de dos, un espejismo que aparece una vez en toda la vida, sólo para desaparecer en humo y niebla, en el mundo de todos los días? ¿Quién nos está matando?
Si algún extraño se metiera entre nosotros, tratando de separarnos, nos convertiríamos en zarpas para enviarlo al infierno, desgarrado, Y ahora hacemos el trabajo desde adentro. ¡El extraño soy yo!
¿Y si somos almas gemelas?, pensé, mientras ella sollozaba. ¿Y si cada uno de nosotros es quien el otro ha estado buscando toda su vida? Hemos tocado y hemos compartido esta breve muestra de lo que puede ser el amor en la tierra. Y ahora, por culpa de mis miedos, nos vamos a separar para no volvernos a ver. ¿Voy a pasarme el resto de la vida buscando a la que ya había encontrado y tuve miedo de amar?
¡Qué coincidencias imposibles!, pensé, las que nos llevaron a encontrarnos cuando ninguno de los dos estaba casado o comprometido, cuando ninguno de los dos estaba dedicando sus desvelos a otras causas, cuando ninguno de los dos estaba demasiado dedicado a actuar, escribir, viajar, vivir aventuras o ciegamente enredado. Nos encontramos en el mismo planeta, en la misma época, a la misma edad, criados en la misma cultura. Años antes no hubiera ocurrido nada; en realidad, nos conocimos años antes, pero cada uno salió del ascensor por su lado: el momento no era adecuado. Y nunca volverá a serlo.
Me paseé silenciosamente en un semicírculo, con el cable del teléfono como traílla. Si dentro de diez o veinte años decidía que había hecho mal en separarme de ella, ¿dónde estaría ella por entonces? ¿Y si volvía diez años después a decir: "Disculpa, Leslie", y descubría que era la señora Leslie Parrish de Fulano? ¿Y si no la encontraba? Su casa vacía, se ha mudado, no dejó dirección. ¿Y si había muerto, a consecuencia de algo que jamás la hubiera matado de no haber despegado yo al día siguiente?
-Perdón -dijo, otra vez al teléfono, las lágrimas enjugadas-. Soy una gansa. Ojalá tuviera tu dominio. Tú manejas los adioses muy bien, como si no tuvieran importancia.
-Todo consiste en decidir quién manda -expliqué, feliz por la posibilidad de cambiar de tema-. Si dejamos que nuestras emociones manden, los momento cómo éste no son muy divertidos.
-No -reconoció ella, sorbiendo por la nariz-. No son muy divertidos.
-Si lo pre-vives, si finges que ya estamos en mañana o en el mes que viene, ¿cómo te sientes? -sugerí-. Cuando lo intento no me siento mejor sin ti. Imagino cómo es estar solo, sin nadie con quien hablar nueve horas por teléfono, sin pagar cien dólares por una llamada local. ¡Te voy a extrañar mucho!
-Yo también -dijo ella-. Richard, ¿cómo se hace para que alguien mire a la vuelta de una esquina cuando todavía no ha llegado a ella? La única vida que vale la pena vivir es la mágica, ¡y esto es magia! Daría cualquier cosa por hacerte ver lo que nos espera... -Hizo una pausa, buscando que más decir. -Pero si para ti no está a la vista, supongo que no existe, ¿verdad? Aunque yo lo esté viendo, en realidad no existe."

El puente hacia el infinito - Richard Bach


Extenso así que lo termino ahí, aunque curiosamente en las siguientes oraciones el le dice que la ama y le propone intentarlo, una especie de prueba a todo o nada. Pero ahí ya no puedo sentirme reflejada.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Abrigo

Estabas de mal humor, no querías contarme porqué. Te regalé una canción desde el más profundo sentir que hablaba de ser humanos, de aceptar los dolores y naturalizarlos, dejarlos ser, permitirse el enojo, el llanto, la bronca porque son todas reacciones necesarias, que nos hacen reales, que nos invitan a descargarnos, que nos alivian. Y no tuve respuesta y me enojé yo porque un poco tenía ganas y porque otro poco era justo para mí hacerlo. Pero me callé y no te dije nada porque cargarte con más enojo, más bronca y más dolor ya no estaba en mis planes, esas eran cosas del pasado, un pasado en el que me gustaba, quizás, verte explotar y estallar de mil maneras para que me hirieras y tener motivos para alejarme, pero nunca lo logré, nunca tus filos endurecieron este amor que se siente tan desde adentro. Seguí mi día sin pensarte porque esa era la solución para aliviar el fuego que tenía en la garganta, festejé con amigos, me reí y olvidé tu silencio, que en mi mente era un desp

Celular

Estaba yendo al trabajo. Trabajaba a la mañana en una zapateria cerca de mi casa por lo que iba caminando. Eran como las 9.20 am. Eso me decía muchas cosas: que era hora de desayunar, que en diez minutos tenía que abrir el local y sobre todo, que Eugenio ya estaba despierto y en su trabajo. Caminaba y había sol, me acuerdo porque tengo esa relación de amor-odio con el Rey a la mañana. A veces me encanta cuando me da en la cara, siento el calor y se me achinan los ojos; hasta llego a sonreír solamente por eso. Pero otras veces, cuando es una mala mañana, el sol me da sueño, me fastidia y me arruina el día por completo. Eran buenos días, y el sol, pongámonos infantiles, era mi amigo. ¿En dónde estaba? si, cierto. Iba caminando con el sol en la cara. Saqué el celular para ver la hora y calcular cuanto tiempo me quedaba para llegar al trabajo. Vi que eran las 9.20 pero lo más me llamó la atención fue la fecha: 1 de junio. ¿Qué es el 1 de junio en mi vida? NADA. N A D A, absoluta

Sentirlo III

Dormí en la cama de mamá. Era sábado al mediodía, empezaba a despertarme. Había soñado con ella, que la veía cambiándose y se iba. No sé a donde pero se iba y eso me ponía muy mal. Me dí cuenta que la almohada estaba mojada, el sueño seguramente había sido muy real pero no podía recordarlo con exactitud. Abrí los ojos y la vi a mamá parada frente al espejo que hay en la puerta interna de su placard. Se estaba probando un pañuelo.  - ¿A dónde te vas? - le pregunté con la voz dormida - A lo de la tía - ¿Ya? - Si, es la una de la tarde Me dio indicaciones de la cena mientras me incorporaba en la cama, me saludó y se fue. Escuché la puerta y  me levanté para ir a cerrar con llave. Hace un tiempo ya que mamá volvió a hablar con una de sus hermanas. Crearon entre ellas una cita que respetan a menos que haya algún evento impostergable o Lucas o yo nos enfermemos. Todos los sábados ella viaja hasta la casa de Alicia y pasan el día juntas; después cenan, mamá duerme allá y vuelve