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911


Lo primero que se vino a mi mente fue imaginar a la gente ese día, en ese lugar. Los edificios, la calle, las veredas, todo lo que estaba a mi alrededor habían sido testigos del espanto.

Daba la sensación que cada persona parada en el palier de una de esas interminables torres de oficinas quisiera contar desesperadamente su historia.

El aire tenía un peso especial y aunque el sol brillaba de una forma intensa después de tantos días de lluvia, podría describir todo en tonos gris. Así lo vi.

Mi cabeza era una maquina imparable de imaginar situaciones: gente corriendo, ruido, gritos, autos frenando, explosiones, humo, mucho humo blanco tragandose todo lo que tenía por delante. Sentí la piel de quién caminando por ese asfalto de pronto vió como un cielo tan brillante como el que yo miraba en este momento, se teñía de caos, se derrumbaba, se quebraba con tanto aire, tanta vida entre medio.


El homenaje al 11/9 es lindo. Quizás le faltan más plantas, más flores, más arboles. Más vida entre tanta tristeza.

No quiero caer en lo típico. Todos saben por fotos, videos, películas o experiencia propia que Nueva York está iluminada. Completamente llena de carteles, inundada de gente y autos. Me gustaría poder contar una Nueva York como la que describe Gay Talese, esa que nadie ve, pero yo tampoco la vi.

Subimos a la calle por la escalera del metro y empezamos a buscar la dirección. Estábamos cerca, eso lo sabíamos por los carteles, pero no lográbamos dar con el lugar. Los edificios se alzaban majestuosamente uno detrás del otro tapando parcialmente al compañero de al lado.


Después de observar un rato lo vimos: el hueco en medio de tanto hormigón y ventanas. Ahí está el memorial, con sus fuentes invertidas, sus bordes de mármol tallado, los nombres de quienes no están, el agua que cae profunda, hasta donde no alcanza a verse. Dando memoria a este lugar, a esta ciudad golpeada, a tres mil hogares vacíos.

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