De que cerraba la boca y no probaba un bocado no se hablaba.
De que la tía estaba gorda, la madre estaba gorda, la prima estaba gorda, sí se hablaba.
De que la balanza la escondían pero ella sabía exactamente dónde estaba no se hablaba.
De la heladera llena de productos light, no hacía falta hablar.
Del beso de Judas con solo 10 años no se hablaba.
De la traición al padre, el amor por afuera, el engaño y las mentiras tampoco se hablaba.
Del plato roto en un ataque de nervios porque había cuatro en la mesa y no cinco no se hablaba.
Del viaje a Villa Gessel y las noche donde ella no estaba no se hablaba.
De las conversaciones a mitad de la noche por internet no se hablaba.
De el encierro en el baño, los gritos y los llantos no se hablaba.
Tampoco se hablaba de la mudanza de él en la fiesta de cumpleaños.
De su llegada a la casa si se hablaba.
De la costilla rota no.
De la puerta corrediza partida, el perchero en dos, el caño doblado no se hablaba.
Del videojuego del más chiquito partido a la mitad tampoco se hablaba.
De los besos en los pies ante ojos incredulos no se hablaba.
O sí, se habló.
De la depresión que habitaba en la otra casa no se hablaba.
De que ya no eran cinco sino tres tampoco.
De los gritos, las voces y los llamados en su cabeza no se hablaba.
De los insultos a escondidas tampoco se hablaba.
De los mails con cosas terribles no se podía hablar.
Del supuesto abandono, o las metiras de otro no se hablaba.
De dormir hasta las tres para saltear el desayuno y el almuerzo no se hablaba.
De los ataques de hambre y desesperación a mitad de la noche no se hablaba.
Del pánico tampoco.
De cruzar calles con ojos cerrados sintiendo la adrenalina de un auto que aceleraba no se hablaba.
Al final, era puro silencio.
De que la tía estaba gorda, la madre estaba gorda, la prima estaba gorda, sí se hablaba.
De que la balanza la escondían pero ella sabía exactamente dónde estaba no se hablaba.
De la heladera llena de productos light, no hacía falta hablar.
Del beso de Judas con solo 10 años no se hablaba.
De la traición al padre, el amor por afuera, el engaño y las mentiras tampoco se hablaba.
Del plato roto en un ataque de nervios porque había cuatro en la mesa y no cinco no se hablaba.
Del viaje a Villa Gessel y las noche donde ella no estaba no se hablaba.
De las conversaciones a mitad de la noche por internet no se hablaba.
De el encierro en el baño, los gritos y los llantos no se hablaba.
Tampoco se hablaba de la mudanza de él en la fiesta de cumpleaños.
De su llegada a la casa si se hablaba.
De la costilla rota no.
De la puerta corrediza partida, el perchero en dos, el caño doblado no se hablaba.
Del videojuego del más chiquito partido a la mitad tampoco se hablaba.
De los besos en los pies ante ojos incredulos no se hablaba.
O sí, se habló.
De la depresión que habitaba en la otra casa no se hablaba.
De que ya no eran cinco sino tres tampoco.
De los gritos, las voces y los llamados en su cabeza no se hablaba.
De los insultos a escondidas tampoco se hablaba.
De los mails con cosas terribles no se podía hablar.
Del supuesto abandono, o las metiras de otro no se hablaba.
De dormir hasta las tres para saltear el desayuno y el almuerzo no se hablaba.
De los ataques de hambre y desesperación a mitad de la noche no se hablaba.
Del pánico tampoco.
De cruzar calles con ojos cerrados sintiendo la adrenalina de un auto que aceleraba no se hablaba.
Al final, era puro silencio.
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