Me hiciste una seña a través del vidrio de la ventanilla, nuestros autos frenaron acompasados uno atrás del otro.
Tus amigas bajaron primero, después te asomaste vos colorada por la vergüenza, asombrada por mi accionar. Nos saludamos todos con confianza, como si fuéramos conocidos de años pero la magia estaba en que nos vimos por primera vez segundos antes en aquel semáforo de plena Capital.
Nos sentamos en ronda en la plaza, dejamos pasar las horas, subir la noche y entre canción y canción que mi amigo tocaba en la guitarra nos dimos cuenta que habíamos cancelado los planes que teníamos. Planes separados; ustedes iban a un boliche y nosotros a un recital, pero ahí estábamos, abajo de la luna sin poder dejar de cantar.
Note que me miraste varias veces de reojo. Fijé la mirada en vos, sonreíste y agachaste la cabeza. Nos despedimos con promesas de seguir en contacto. No teníamos idea la magnitud que tomaría ese pacto.
Salimos algunas veces, nos vimos bajo el sol, de día, de tarde, caminamos bajo la luna solos y nos besamos mientras el viento nos despeinaba a la orilla del lago de Palermo. No eramos novios, simplemente nos queríamos. Pero eramos muy libres para las etiquetas.
Nuestra Patria estaba llena de humo, se respiraba miedo. Las caras que cruzaba en la calle parecían caretas de "aquí no pasa nada", mientras que los autos aceleraban, se escuchaban los gritos y nos comían. No estaban nuestros amigos, nuestros profesores, nuestros familiares. Un día, simplemente, ya no estaban.
El terror que nos invadía se materializó una mañana. Mi pelo largo y despeinado, mis jeans rotos y mi remera de rock no encajaba con el estereotipo militar de la época. Dos personas me tomaron fuerte por los brazos, me encerraron en un auto y me preguntaron hasta mi color preferido.
Entre pregunta y pregunta volaba algún golpe. En la cara, en las costillas, en la espalda. Y sin poder ver, me llevaron lejos, o cerca, no lo sé. Pero vos te enteraste y luchaste, porque nos queríamos y nos queríamos libres. Tu papá me salvó pero tuve que irme para que su esfuerzo no hubiera sido en vano. Una valija chica, un pasaje y un hasta pronto.
Pasaron cuarenta años de eso. Cuarenta años en los que te pensé mientras miraba salir el sol en una playa de Venezuela, mientras tomaba un trago alguna noche de fiesta, mientras sentía la brisa fría del caribe volarme el pelo. En cada sueño, en cada perfume.
El agua tibia y transparente del Caribe me parecía sucia y helada al compararla con la de nuestro lago en Palermo, tu ausencia devoraba todo.
El enigma de no saber si iba a volver a verte, la incertidumbre y el poner la esperanza en manos del destino me comían la cabeza. ¿dónde estabas? ¿Cómo estabas? ¿Te acordabas de mi?
Con el correr de los años me acostumbré a tu vacío. Comencé proyectos, conocí mujeres, viaje por el mundo muchas veces y aprendí más, todavía mas, de nuestra añorada libertad.
Una tarde mientras tomaba el segundo mojito en un bar de Caracas vi una chica joven, con el pelo ondulado y rubio. Su sonrisa tenía tu magia y ahí, quizas por el alcohol que me deshinibe, te traje con fuerza a mi mente. En un instante fui conciente de que mi vida, mi libertad, mis posibilidades existian gracias a vos. Me quisiste libre y lo conseguiste y no existe forma de agradecer tan inmenso acto de amor. Inmediatamente tuve que buscarte.
Te encontré en una red social y en pocas horas estuvimos en contacto. Tanto tiempo para contarnos resumido en mensajes frente a una computadora.
Un mes más tarde te propuse que viajaras, necesitaba verte.
Y hoy cuarenta años más tarde estoy acá, parado en el aeropuerto internacional de Venezuela esperándote. Se que estoy grande pero nunca tanto como para no seguir mis sueños o cometer locuras. Y ahí estás vos, cuarenta años más tarde, con marcas de experiencia y el cuerpo cansado pero hermosa y mágica como siempre. Y acá estoy yo, con la barba larga tanto como el pelo, con más canas que color y un acento adoptado en el exilio. Pero sin embargo, acá estamos los dos, vistos desde nuestros ojos aún tan jóvenes como en aquella despedida.
Y las vueltas del destino son un misterio. La vida me demuestra que sos el amor hecho persona, que hoy, desde ahora, sos mi presente, libre presente de acá a la eternidad.
Nos sentamos en ronda en la plaza, dejamos pasar las horas, subir la noche y entre canción y canción que mi amigo tocaba en la guitarra nos dimos cuenta que habíamos cancelado los planes que teníamos. Planes separados; ustedes iban a un boliche y nosotros a un recital, pero ahí estábamos, abajo de la luna sin poder dejar de cantar.
Note que me miraste varias veces de reojo. Fijé la mirada en vos, sonreíste y agachaste la cabeza. Nos despedimos con promesas de seguir en contacto. No teníamos idea la magnitud que tomaría ese pacto.
Salimos algunas veces, nos vimos bajo el sol, de día, de tarde, caminamos bajo la luna solos y nos besamos mientras el viento nos despeinaba a la orilla del lago de Palermo. No eramos novios, simplemente nos queríamos. Pero eramos muy libres para las etiquetas.
Nuestra Patria estaba llena de humo, se respiraba miedo. Las caras que cruzaba en la calle parecían caretas de "aquí no pasa nada", mientras que los autos aceleraban, se escuchaban los gritos y nos comían. No estaban nuestros amigos, nuestros profesores, nuestros familiares. Un día, simplemente, ya no estaban.
El terror que nos invadía se materializó una mañana. Mi pelo largo y despeinado, mis jeans rotos y mi remera de rock no encajaba con el estereotipo militar de la época. Dos personas me tomaron fuerte por los brazos, me encerraron en un auto y me preguntaron hasta mi color preferido.
Entre pregunta y pregunta volaba algún golpe. En la cara, en las costillas, en la espalda. Y sin poder ver, me llevaron lejos, o cerca, no lo sé. Pero vos te enteraste y luchaste, porque nos queríamos y nos queríamos libres. Tu papá me salvó pero tuve que irme para que su esfuerzo no hubiera sido en vano. Una valija chica, un pasaje y un hasta pronto.
Pasaron cuarenta años de eso. Cuarenta años en los que te pensé mientras miraba salir el sol en una playa de Venezuela, mientras tomaba un trago alguna noche de fiesta, mientras sentía la brisa fría del caribe volarme el pelo. En cada sueño, en cada perfume.
El agua tibia y transparente del Caribe me parecía sucia y helada al compararla con la de nuestro lago en Palermo, tu ausencia devoraba todo.
El enigma de no saber si iba a volver a verte, la incertidumbre y el poner la esperanza en manos del destino me comían la cabeza. ¿dónde estabas? ¿Cómo estabas? ¿Te acordabas de mi?
Con el correr de los años me acostumbré a tu vacío. Comencé proyectos, conocí mujeres, viaje por el mundo muchas veces y aprendí más, todavía mas, de nuestra añorada libertad.
Una tarde mientras tomaba el segundo mojito en un bar de Caracas vi una chica joven, con el pelo ondulado y rubio. Su sonrisa tenía tu magia y ahí, quizas por el alcohol que me deshinibe, te traje con fuerza a mi mente. En un instante fui conciente de que mi vida, mi libertad, mis posibilidades existian gracias a vos. Me quisiste libre y lo conseguiste y no existe forma de agradecer tan inmenso acto de amor. Inmediatamente tuve que buscarte.
Te encontré en una red social y en pocas horas estuvimos en contacto. Tanto tiempo para contarnos resumido en mensajes frente a una computadora.
Un mes más tarde te propuse que viajaras, necesitaba verte.
Y hoy cuarenta años más tarde estoy acá, parado en el aeropuerto internacional de Venezuela esperándote. Se que estoy grande pero nunca tanto como para no seguir mis sueños o cometer locuras. Y ahí estás vos, cuarenta años más tarde, con marcas de experiencia y el cuerpo cansado pero hermosa y mágica como siempre. Y acá estoy yo, con la barba larga tanto como el pelo, con más canas que color y un acento adoptado en el exilio. Pero sin embargo, acá estamos los dos, vistos desde nuestros ojos aún tan jóvenes como en aquella despedida.
Y las vueltas del destino son un misterio. La vida me demuestra que sos el amor hecho persona, que hoy, desde ahora, sos mi presente, libre presente de acá a la eternidad.
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