Somos los recuerdos de una relación formal y encuentros, reconciliaciones, intentos y fallas. Somos el balanceo de la hamaca paraguaya en el jardín de su tía, con el sol colándose entre las ramas de los árboles. Somos mi té con galletitas de limón y su milanesa con huevo frito a las cinco de la tarde, también los licuados de durazno simulando picnics. Somos las primeras salidas entre alfajores Jorgito y Puro Sol de naranja, con mensajitos en las hojas de las materias que teníamos que rendir. Somos el beso bajo las estrellas, la mirada del comienzo, la primer jugada del partido. Somos la primer pelea, la carta de amor bajo la puerta, las llamadas anónimas donde solo se escuchaba una canción, somos la sonrisa antes de dormir y el mensaje de buen día que te condiciona las horas. Somos los mimos en el pelo antes de dormir y los besos de desayuno con gusto a cereal de chocolate. Somos el aprender y enseñar, el éxito del poker y el fracaso del truco. Somos los problemas ajenos, el aguante del otro, el pañuelo que secó la cara, los abrazos estrujantes. Somos el calor del otro cuerpo, el resguardo de todo mal; mi cabeza apoyada en su pecho y su respiración en mi pelo. Somos los besos con cara de pato, los abrazos sorpresivos por la espalda, la respiración profunda en el cuello. Somos las cosquillas. Somos canciones de diversos autores, sonando por ahí, haciéndonos revivir y morir en cuestión de minutos.
Sos la mano que me sube como en las sierras de Tandíl, sin dejarme caer entre las piedras, sosteniéndome con cuidado y riéndote de mi torpeza. Soy tu costado más profundo, lo que sentís y no decís. Soy el olvido y el rechazo entre dos opciones, la insegura, la que queda. Soy esa sonrisa que pones cuando estas medio dormido y el fastidio que sentís en algunas épocas cuando pensas en mí. Sos las ganas de decirte que basta, esto no puede ser así, no por más tiempo, ya no existe, no somos, y el dolor de enfrentar una despedida entre nosotros.
Somos lo que nos une y lo que nos separa, el amor que nos tenemos. Somos el miedo a perdernos cada vez que hay un nuevo había una vez y la paz de volver a encontrarnos entre abrazos y besos una tarde mientras cae el sol por la ventana de tu habitación. Somos la comodidad de estar juntos y la sensación de caer al abismo si esto sigue así para siempre. Somos el pensamiento de "cuando será la última vez que nos veamos, que cada uno siga su vida" y el de morir uno al lado del otro, en la misma cama, unidos por nuestros dedos índices ya arrugados por el tiempo, con canas en la cabeza, el cuerpo caído y cansado, pero feliz.
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