Habíamos acordado encontrarnos a una cuadra de donde lo habíamos hecho la primera vez.
Hacía frío así que me puse la campera verde que tiene capucha y empecé a caminar. Eramos solamente la luna y yo por las veredas del centro de este lugar. A pesar de ser viernes no había movimiento en la calle, seguramente el clima los había obligado a quedarse en sus casas o apurarse para entrar a alguno de los bares mediocres que hay por acá.
Me puse la capucha como si fuera un escudo protector. No me quedaba bien y tenía planeado sacármela ni bien lo viera a lo lejos. Miré la hora en el celular, era pasada la media noche.
A una cuadra de nuestro lugar de encuentro empecé a buscarlo con la mirada, sentí un escalofrío y nervios cuando no lo encontré. Caminé hasta la esquina y lo vi, casi escondido contra la pared.
- Pensé que no habías llegado
- Me estoy escondiendo
Como la vez anterior, de nuevo se estaba escondiendo. De quién poco importaba, al menos de mí no era.
Las ganas de abrazarlo que sentí eran exactamente las que calculé que iba a tener considerando el tiempo que venía aguantando para poder hacerlo. Sin esperar más sonreí intentando que él también lo hiciera y lo abracé tan fuerte que sentí el latido de su pecho adentro del mio. Mis brazos rodeaban su cuello y los suyos mi cintura. Cerré los ojos y me limité a disfrutar. Estaba nerviosa, la panza me daba vueltas para todos lados y sentía cosquillas adentro mio. Quería reírme, llorar, gritar. Era un completo desastre de emociones y sensaciones que se peleaban por surgir a flor de mi piel.
Levanté mi cabeza que estaba apoyada en su hombro y pegué mi mejilla a la suya. Volví a cerrar los ojos fuerte y a apretar con mis brazos su cuello para que sintiera que no quería que se fuera nunca más. Sentí como con un soplido corría mi pelo que le hacia cosquillas en la nariz. Me moví nuevamente pero sus brazos y los míos siguieron en igual posición. Nos miramos a los ojos y creí que iba a explotar en llanto, fueron segundos que sentí como horas. El tiempo se detuvo, pensé en que si salía de su abrazo y corría hacía cualquier parte, él también quedaría petrificado ahí. No me animé a sonreír aunque algo adentro mio me pinchaba para que lo hiciera.
Después de mirarlo fijamente a los ojos y descubrir que nunca iba a poder entender lo que había ahí adentro, cerré los míos y lo besé. Fue un beso fuerte y tenso, un suspiro fuerte en el que todo lo que tenía adentro salía por mi boca en forma de aire. El peso se iba, estaba liviana, suave, tranquila. Dejó de abrazarme para poner sus manos una a cada lado de mi cintura. Yo posé las mías en su cara y nos relajamos en un beso más tierno.
Sonreímos los dos mirándonos a los ojos y por la vergüenza agaché la cabeza dejando mi frente pegada a su boca. Me besó con dulzura mientras volvía a abrazarme.
Nos olvidamos del escondite, de él, de mi. Nos olvidamos de todo. Necesitábamos dejar salir eso que estaba preso en el pecho de los dos.
Me desperté llorando en el colectivo. Nunca había soñado tan intensamente en un viaje. Mi compañero de asiento me miró de reojo y yo rogué no haber hablado dormida. Me puse colorada en un instante y volví a cerrar los ojos.
Miles de preguntas me aparecieron en la cabeza. Nunca me había planteado de esta forma nuestra amistad, nunca había sentido algo tan fuerte cuando lo había tenido frente a frente. Pensé en frío para entender que en el sueño estaba todo potenciado pero igualmente me giró todo, me mareé y el encontronazo de sentimientos que había aparecido se me presentó en la realidad.
Miré por la ventanilla del 60 que justo pasaba por esa esquina. El destino se me cagaba de risa mientras me acordaba de aquella vez en la que me dijo: "yo te voy a decepcionar, en algún momento va a ser así".
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