Nota color. 1984
Cuando pasan un poco las once, el vestíbulo se llena de sillas frente a la telepantalla. La gente va a llegando y llenando el lugar. Algunos hablan suavemente entre ellos mientras se ubican, otros van callados y comienzan a esperar. ¿Qué esperan? Esperan sacar su odio afuera, esperan sentirse aliviados, esperan que empiece la furia que les sembraron sin que lo notaran.
Un chillido insoportable los interrumpe, es el comienzo del odio, la presentación de la ira. En la telepantalla se asoma el Enemigo del pueblo, el gran traidor. En pocos segundos se alzan las voces, los gritos provienen de todas direcciones y van a un mismo lugar; el blanco del odio esta frente a ellos.
La sala esta fría, llega una ola de tensión, nace el odio y va multiplicándose en cada uno de ellos, se agranda, se odia cada vez mas, se odia todo y a todos.
Hay gritos fuertes, en algunos se asoma el terror que esa imagen les provoca; hay insultos, agravios, hasta vuelan objetos que aunque no lastiman a nadie, dejan la ilusión de haber causado daño, haber hecho justicia defendiendo su partido.
Los pies tiemblan aferrados al piso, las manos se levantan y acompañan las voces, de pronto, las miradas perdidas que irradiaban furia desesperadamente se encuentran unas con otras y con la misma fuerza en la voz cantan al unísono en alabanza al Gran Hermano.
Terminan los cantos rápido, todo esta esquematizado. Se pasó de la furia a la unidad en solo 120 segundos, no hay tiempo que perder. Son dos minutos de odio, dos minutos eternos, dos minutos de descarga emocional, dos minutos que sacan lo peor, perdón, lo mejor, de cada uno.
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