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Cuidándote

Me revienta tu manera de saludarme cuando me despedís,  no te hagas el desentendido, esa en la que me pasas el brazo por atrás del cuello como si estuvieras por abrazarme pero me terminas dando un fuerte beso en la comisura de la boca; ni en la mejilla ni en los labios, en el borde. Seguramente sea por tu posición en mi vida, en esta relación que de relación ya no tiene nada, siempre en el borde, o al menos los últimos años.

Cuando Damián me dijo que nos íbamos a encontrar con vos antes de que me acompañara hasta mi casa puse cara de incertidumbre. Era difícil la situación para mi, no sabía que iba a sentir si te veía, si caminaba con vos esas cuadras que durante mucho tiempo caminamos agarrados de la mano. Tampoco sabía que iba a pasar en el umbral de mi casa que nos vio matarnos a besos y morirnos de dolor con tanta rapidez que seguramente nunca entendió bien lo que nos pasaba, como todos los que nos conocen, como vos y como yo que en realidad, nunca supimos como empezar o terminar esto.

Damian dijo que ibas a caminar hasta un punto medio pero yo tenía la certeza que hasta no llegar a la esquina de tu casa no íbamos a verte. Y tuve razón, porque te conozco. Te conozco tanto que ya entiendo cada una de tus miradas, cuándo actuas como si tuvieras la fuerza de un Hércules pero por dentro te estas haciendo polvo; también sé que usas como excusa el sueño cuando te descubren las mentiras y no sabes que responder a los planteos y que me buscas siempre cuando sabes que estoy viendo a alguien más.

LLegamos a la esquina de Andrade y Sarmiento y de lejos te vi cerrar el portón de tu casa, seguramente hizo el ruido chirriante de siempre porque le falta grasa, pero nadie se acuerda nunca de ponérsela  Caminaste con tu forma tan particular mezclando la sencillez con el cancherismo hasta nosotros que caminamos unos pasos hacia tu encuentro solo por no quedarnos parados en medio de la oscuridad.

Querías salir esa noche pero Damian te arruinó un poco el plan, la tormenta que se desató después también, pero en ese momento era Damian y su ropa. Vos estabas, para mi sorpresa, arreglado. Tenías puesto un jean, esos que odiabas tanto como yo pero que ahora te gustan o te acostumbraste a usar y una remera celeste, uno de tus colores preferidos para la ropa. Te noté más grande y te lo dije, pero en modo de ataque porque me ignoraste completamente durante unas cuadras. Así llamé tu atención, con un flamante "estás mas gordo" que quizás siempre hiera a una mujer pero a vos no te afecto en lo más mínimo.

Me dijiste "Hola" a la vez que me dabas un beso en la mejilla y por cuatro cuadras dejé de existir. El silencio lo interrumpía tu charla con Damián sobre sus planes, su vida y su reciente soltería. Esperé que después de tu festejo por ganar un amigo más soltero entre tantos que estabas perdiendo entre polleras dijeras algo hiriente hacía mi pero te contuviste y aprecié eso con muchas ganas.

A la cuarta cuadra te acordaste que caminabas al lado mio, corriste la cortina que habías creado para separarme de ustedes y me preguntaste qué onda con mi vida, si todo estaba bien; me limité a decirte que sí y acto seguido te comenté que estabas gordo, me contaste del gimnasio con mucho entusiasmo y con pocas ganas te dije que no me gustaba como se te estaba poniendo el cuerpo por tanto entrenamiento, pero tu gesto de "no me importa" me dio a entender todo a la perfección y para no arruinar tanto el momento lo cerré con un flamante "pero si a vos te hace bien esta perfecto."

En la cuadra de mi casa hay una subida con una huella marcada en el cemento, vos sabes que siempre que paso por ahí pongo mi pie en la huella como símbolo de buena suerte. No sé porqué cuando la pisé me pregunté para adentro si te acordarías de ese detalle y como sabemos perfectamente que estamos conectados, a los 10 metros miraste para atrás y me dijiste "pisaste tu huellita?" respondí con un "sí" cargado de una sonrisa interna porque a pesar de que yo estaba bien en otro lugar con alguien más, recordar con amor es lindo y saber que te acordabas de mis detalles me ponía bien.

Llegamos a la puerta de mi casa y cuando te saludé lo hiciste como siempre que me despedís, en la comisura del labio con un beso fuerte y los ojos cerrados mientras con un brazo me apretas el cuello y con tu otra mano me pellizcas la panza. "Chau gorda" , "chau gordo"; nunca pudimos dejar de llamarnos así, quizás algún día podamos, pero tenemos que poder otras cosas primero.

En este tiempo yo creo que puedo despegarte de mi y despegarme de vos. Pasaron muchas cosas recientemente que me abrieron tanto los ojos que quizás podría dejar de llamarme "china". Fuiste vos, tus actitudes, el fin de tu relación con Jesica, el amor que le tenes, la charla con mi mamá, conocer a Felipe y la despedida llena de lágrimas antes de viajar a Córdoba a principio del verano porque sentía bien adentro que cuando volviera, entre nosotros no iba a ser lo mismo.

Esa noche venía Felipe a casa, me siento muy bien con él. Cuando lo empecé a conocer sentí que de nuevo le importaba a alguien de verdad y que no buscaba solamente darme besos en algún boliche sino que me que quería merendar conmigo, dormir la siesta, mirar películas, amaneceres, acariciarme el pelo, hacerme enojar y sacarme sonrisas mediante muchas cosquillas. Y yo, te soy sincera, tenía la cabeza puesta en eso, en que iba a verlo a Feli en unas horas, por eso no te traté como te trato siempre, porque mi cabeza y mi corazón se estaban preparando para el momento en que él tocara mi timbre y yo bajara las escaleras de mi casa a abrirle la puerta abajo de la lluvia y lo abrazara mientras me reía de su pelo mojado.

En "El Principito" el zorro le decía que era bueno saber cuando alguien iba a llegar y que ese alguien fuese constante porque así uno sabría cuando empezar a prepararse con alegría y ganas para darle la bienvenida; algo así me pasaba en ese momento mientras caminaba con vos y Damian hasta mi casa. Ustedes solo me estaban acompañando porque era de noche y estaba muy oscuro para que lo hiciera sola. En tramos ni me acordé que ibas a mi lado, pero a veces el viento me traía tu perfume y me llamaba la atención que estuvieras perfumado porque vos sos más desprolijo y al menos antes, nunca te arreglabas.

Abrí el Facebook y a las horas me hablaste, una pregunta tonta que solo intentaba empezar una conversación, pero te respondí cortante y me desconecté porque con ese gesto me demostraste que empezaste a sospechar que estoy viendo a alguien y si te daba mucha importancia ibas a empezar de nuevo con tu juego infantil, caprichoso y egoísta de querer tenerme cuando alguien más me tiene como si fuera un caramelo o el autito azul con el que siempre querías jugar cuando tu primo lo agarraba.

Estaba segura que no te cansarías tan fácil y que ibas a seguir intentando hablarme para perturbarme, recordarme lo felices que fuimos juntos, lo hermoso que es pasar tiempo con vos, lo bien que me hacías y llenarme la cabeza, el corazón y el alma con fotos mentales de momentos mágicos que quedaron grabadas, no te voy a mentir, pero que son solo recuerdos porque vos ya no sos el Ezequiel de 17 años y yo ya no soy la misma de 4 años atrás.

Pero vos tenes esa manía de creer que me amas cuando sentís que me perdes. Empezas con tus charlas, con los apodos, con los "te quiero", con los recuerdos y terminas haciendo que me aleje de todos como pasó con Daniel, Fernando, Martín y Nicolás. Esta vez no voy a dejar que pase, si, ya sé que lo dije muchas veces antes, pero esta vez creo que te lo digo en serio, porque siento algo diferente.

Estaba segura que tu instinto ya te había alertado que había alguien más y esa noche no dudaste en preguntarle a Damian, pero por suerte el sigue siendo fiel a su hermandad conmigo y prefirió no decirte nada, porque sabrás que es mejor que lo sepas por mi si lo queres saber. Siempre fuiste de los que no se cansan tan rápido y me mandaste mensajes en mitad de la noche y a la mañana. Solo me preguntaste si estaba bien pero yo no entendía porqué no debía estarlo. Después recordé que llovía y que vos sabías el temor que me generan las tormentas, también me avivé que sabías que mamá no estaba en casa; lo que si no sabías y va a sonar muy cruel, es que abrazándome en cada trueno había alguien que me erizaba la piel y me hacía sentir segura.

Me revienta que aparezcas siempre que alguien llega a mi vida porque tu juego me lo sé de memoria y creo que ya estoy capacitada para ganarlo, por eso esquive tu "te extraño un poco" y te hablé de otro tema, porque decirte que yo te extrañaba quizás era una mentira, no estoy segura de eso. No extraño besarte; quizás un abrazo fuerte y una charla si, pero una charla de la vida, simplemente un "¿cómo están tus cosas? ¿y tu familia? ¿cuándo arrancas la facultad?" o tal vez algún "contame algo nuevo" pero nada fuera de eso, nada que nos remontara a cosas nuestras, a vos y a mi, a nosotros como una unidad y un todo.

Es que siempre jugas la misma carta y después te vas al mazo, no sé jugar al truco pero si puedo decirte que sé perfectamente que ir al mazo es abandonar y eso haces. Apareces me llenas de palabras dulces, logras el objetivo de hacer que esté sola, que lastime a alguien, que me tengas a tus pies nuevamente y desapareces con la primer excusa barata que se te pasa por la cabeza ¡y qué dolor cuando lo barato es una pollera con nombre y apellido!

Y así estamos, no sabía que iba a sentir esas cuadras que caminaras conmigo pero si sabía que ibas a olfatear que estaba bien y que seguramente sentirías que faltaba un poco de mi atención hacia vos y que ahí, en ese momento el corazón se te iba a acelerar, el miedo a perderme aunque no me quisieras tener te iba a apretar la panza y empezarías a hacer todo lo que pudieras para que yo te diera una señal de que aún, después de tanto tiempo, tanto amor y tanta decepción te amaba.

Perdón, pero esta vez el destino me tiró una buena carta y quiero jugarmela. Ahora ya no pienso en un futuro con vos, pienso en un futuro con quién sepa hacerme feliz y espero que eso también te haga feliz a vos y que nunca dejes de ver todo lo maravilloso que dejaste en mi vida y saber lo lindo que fue tenerte alguna vez, pero que ahora, espero entiendas, me dejes volar aunque los ojos te lloren hasta doler, porque sabemos bien los dos, que así, así, tiene que ser.

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