Corría marzo y Eloisa no soportaba su vida en esos días. Cada paso parecía llenarla más de angustias y nudos. Su cabeza no aguantaba tanta presión y se lo hacía notar con increíbles dolores. Tantas dudas la agotaban y su corazón estaba exhausto de tanta puntada. No había ningún medicamento que le sirviera, no existía un suspiro profundo que le trajera alivio. Solo sus beso podían calmar el peor llanto, pero los sentía tan fríos, tan escasos. Nunca su mente había debatido tanto, no sabia que era lo mejor para ella, para ser feliz, los precios eran tan caros, más que de costumbre. Apostar a algo podía sacarle el aliento si salia mal. Que difícil era jugar contra el amor, que duro, que pesado.
El alma se le iba al piso atraída por la fuerza de la gravedad y a veces hasta ella misma golpeaba su cabeza contra el pavimento.
La crucé en la calle y es verdad que lucia muy mal. Dejada y con la mirada a la deriva, daba la sensación de no querer ser ella nunca mas, pero tampoco encontraba quién ser.
Eloisa se aferro mucho a un amor que juro ser eterno, nunca soñó con otra cosa que no fuera así, nunca tuvo el mínimo pensamiento de que algún día, quizás, tendría que lidiar con un desaire tan grande. Su fuerza la había abandonado, su peso también.
Sé que desparramo mil lagrimas y nunca entendió que había echo mal para sentirse así. No le entraba en la cabeza que el amor fuera tan amargo que podía sacarla de su cuerpo de a poco.
Se tendió en la cama harta de llorar, de buscar respuestas a preguntas que solo estaban adentro suyo, de pedirle a su Dios explicaciones dramáticas de por qué a ella le pasaban esas cosas, hasta que dio una fuerte suspiro y sintió su alma partir, dejándola liviana, sencilla, sin pensamientos.
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