Pasó el tiempo y el lugar ya no es el mismo. Las grandes piletas con agua limpia que funcionaban en la época de Perón ya no están rodeadas de familias disfrutando el sol ni de chicos bañándose y corriendo entre los árboles que las rodean. El público cambió pero el lugar es el mismo, quizás un poco más triste, más abandonado. En el predio en donde estaban los balnearios hoy está la feria "más grande de Latinoamérica". Cada lunes y jueves por la madrugada La Salada abre sus puertas para miles de visitantes de todo el país.
En ella se mezclan las tonadas. Gente que compra, gente que vende, gente que hace sus productos. Algunos del interior de Argentina, algunos de Bolivia, algunos de Paraguay, todos buscan un mejor pasar y a pesar de las caras cansadas por la falta de horas para dormir siguen adelante con esfuerzo y sacrificio, con ganas y mucho sentimiento emprendedor. Porque pocos lo dicen, pero el predio no está ocupado, cada miembro de la cooperativa puso su parte para comprarlo.
El trabajo previo es tan arduo como las horas frente al puesto. Ropa confeccionada en galpones precarios, con máquinas de poca tecnología y mucho trabajo a mano; películas y música grabadas en las casas, mezclándose con la vida familiar; mientras los chicos juegan y miran televisión, mientras las madres cocinan.
Con lluvia, frío o calor, la feria abre para los visitantes religiosamente, con compromiso y responsabilidad, respetando a los que viajaron horas para poder llegar.
Aunque se entiende el esfuerzo por las inmensas ganas de vivir mejor, se percibe el sacrificio en las manos y los ojos de cada trabajador, la imagen sigue "chocando" cuando entre el tumulto de gente gritando, caminando y buscando el mejor precio, se ven algunos chicos durmiendo o alguna madre amamantando a su bebé.
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