Terminé de acomodar la habitación, me saqué los zapatos y me acosté en la cama -esa que había sido escenario de nuestro primer beso- cerré los ojos y mientras imaginaba y recordaba momentos con vos sentí como la fuerza de la gravedad se llevaba mi ánimo hasta el piso. Miré el celular deseando que llegara la respuesta a aquél mensaje que te había enviado hacía unas horas. Busqué algo para ver en la televisión y así distraerme, pero no había nada interesante. Volví a cerrar los ojos y di vueltas enredándome en las sabanas buscando una posición en la que no me doliera tanto el alma. Abrí los ojos vidriosos, tragué fuerte y pensé que no era momento de llorar. Abrí el celular llena de esperanza pero no había noticias tuyas. Me senté, miré por la ventana el cielo despejado. Un poco de viento chocó contra mi cara y se me resbaló una lágrima con tu nombre.
Estabas de mal humor, no querías contarme porqué. Te regalé una canción desde el más profundo sentir que hablaba de ser humanos, de aceptar los dolores y naturalizarlos, dejarlos ser, permitirse el enojo, el llanto, la bronca porque son todas reacciones necesarias, que nos hacen reales, que nos invitan a descargarnos, que nos alivian. Y no tuve respuesta y me enojé yo porque un poco tenía ganas y porque otro poco era justo para mí hacerlo. Pero me callé y no te dije nada porque cargarte con más enojo, más bronca y más dolor ya no estaba en mis planes, esas eran cosas del pasado, un pasado en el que me gustaba, quizás, verte explotar y estallar de mil maneras para que me hirieras y tener motivos para alejarme, pero nunca lo logré, nunca tus filos endurecieron este amor que se siente tan desde adentro. Seguí mi día sin pensarte porque esa era la solución para aliviar el fuego que tenía en la garganta, festejé con amigos, me reí y olvidé tu silencio, que en mi mente era un desp
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